Jairo y Lalla viven un amor común, en una ciudad como cualquier otra, con amigos, familia, trabajo y un posible largo futuro, como el de otras tantas parejas jóvenes, para enfrentar y crear juntos. Como en una canción triste, la felicidad se detiene cuando Jairo descubre que Lalla lo ama y decide terminar la relación para iniciar un azaroso camino, solitario y melancólico, lleno de intentos de huida, de huidas incompletas, visitas al psiquiatra, depresiones, recuerdos del pasado, mujeres y alcohol. Éramos dos personas solitarias con muchos amigos. Sin corazón, por miedo a que alguien nos lo robara para siempre. Arrepentidos de mostrar alguna vez nuestra verdadera personalidad, de que llegara la estrella que nos enseñaría el camino de la felicidad. La mirada interior de un joven corazón nos impulsa a considerar si el amor por el otro vale el esfuerzo que requiere una vida compartida o si la libertad, el placer inmediato y sobre todo el quedar fuera de una vida ordinaria compensan la soledad.