El reto magistral de Pelayo Fueyo es enseñarnos la luminosidad del símbolo (la pobreza de la poesía social en este aspecto) y algo, sí, todavía más complejo: lo que viene a ser una educación desde la plástica, desde las imágenes, como otro orden necesario, imprescindible y alterado, en la legión de acostumbrados a la alucinación simple (desde Rimbaud en adelante)