Belinda quiere empezar una nueva vida y Borgo Propizio, un idílico pueblo medieval en lo alto de una colina, le parece el lugar idóneo para hacer su sueño realidad: abrir una coqueta lechería, donde también venderá sus deliciosos dulces caseros. Tiene incluso el nombre, No se lo cuentes a mamá, en homenaje a su ídolo el músico G. M. El encargado de la reforma del local es Ruggero, un voluntarioso obrero que podría construir rascacielos si se los encargaran (o ser poeta si supiera conjugar los verbos). Sus días parecen todos igual. Algo cambia en su vida cuando gracias a la reforma encuentra un valioso y antiquísimo anillo y parece que también el amor. Un auténtico flechazo, por Mariolina, que ya temía envejecer soltera en el pueblo con su hermana Marietta, entregada en cuerpo y alma a las labores de ganchillo.
Este inesperado amor enciende la mecha de los chismorreos: todo el pueblo tiene su opinión y la pequeña villa que parecía dormida empieza a despertar.