Lucía Olmedo vive en Brezo, una localidad de la sierra de Madrid donde regenta un hotel rural, La Casona, que abrió con un exmarido Eladio. Una noche tranquila, llega al hotel un viajero con acento extranjero y aspecto humilde y cansado. Dice estar de paso haciendo un reportaje para un periódico de Belgrado sobre las montañas de la zona, los pueblos semiabandonados, los ríos, las obras de un ferrocarril que llegará hasta Francia y la gente que trabaja en ella. Su nombre es Salko Hamzic, y su acento lo sitúa en algún país del este. Cuando Lucía le pide su documento de identificación para poder registrarlo en el hotel, Salko le dice que no tiene ninguno, que ha perdido todos sus papeles, pero que al día siguiente irá a Madrid, a la embajada, y los traerá de vuelta consigo. Ante el desconcierto de la dueña del hotel, el turista le pide que confíe en él, que no tiene de qué preocuparse. Lucía siente una mezcla de atracción y confianza hacia ese hombre de aspecto descuidado y cuya identidad no puede comprobar, por ello, y a pesar de que serán los únicos habitantes, lo instala en la habitación 103 de La Casona.