En estos años hemos aprendido a identificar las consecuencias devariosfactores como la discriminación, losunosresultados más graves de la violencia o la desigualdad salarial; no obstante, no conocemos las trampas que la cultura tiene distribuidas por el terreno de la convivencia, para que todo transcurra de la forma prevista y dentro de los límites establecidos para hombres y mujeres.
No hay inercia en el la lucha contra lo establecido, dejar de actuar significa retroceder. La situación nos muestra que queda mucho por hacer, no sólo en el abordaje de las manifestaciones de la desigualdad, sino, y sobre todo, en la transformación de las circunstancias que dan lugar a ellas.
En Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros, se muestran las trampas que esconde nuestro mundo, unas directrices aparentemente menos rígidas que antaño pero que tienen la misma finalidad de siempre: que nadie se salga del sistema establecido. Estos ardides, aunque ideados para controlar a mujeres, también están despertando el rechazo de algunos hombres que no quieren encajar en los roles tradicionales. Y es que, tal y como decía Simone de Beauvoir: «el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres».