Elena Fernández pone el dedo en la llaga al marcar la hipocresía de una sociedad que se preocupa más por las apariencias que por los verdaderos sentimientos de las personas, y, a su vez, se coloca al lado de los que sufren y los que, en la sombra, contribuyen a que un país prospere, más allá de los grandes ideales tantas veces vacíos de los que nos gobiernan.