«Desde muy joven me pregunté por qué una tierra, tan en apariencia alegre, escondía una tristeza tan profunda, tan jonda, sobre todo en los pueblos preservados por las montañas, donde persisten tantas melodías misteriosas, tantos perfumes de otros tiempos, tanta magia y también tantos ocultamientos.
Una tarde, contemplando las lejanías de Ronda -con un sol que, guerreando atardeceres, ensangrentaba gloriosamente lo que Rilke definió como el más elevado paisaje de este mundo- me pregunté cuánta gloria y cuánta sangre de Al Ándalus seguía latiendo en los pueblos de esas montañas, sobrenaturales a fuerza de belleza. Y me dije que alguna vez trataría de averiguarlo y escribiría un libro sobre ello».