René Caillié fue el primer cristiano que consiguió entrar en la mítica ciudad de Tombuctú y vivió para contarlo. Para ello tuvo que ocultarse bajo el aspecto de un falso musulmán y cruzar África con el miedo continuo a ser descubierto. Sin ayuda de nadie, solo y en medio de una gran caravana de mercaderes árabes, consiguió alcanzar su gran sueño infantil. Anteriormente, esta fabulosa ciudad dorada no era más que un «sueño truncado» en las mentes de los europeos. De repente, el mito de la ciudad prohibida, llena de monumentos dorados y símbolo de un continente desconocido descrita por los viajeros europeos se desvanece ante los ojos de Caillié: «Llegamos felizmente a Tombuctú cuando el sol alcanzaba el horizonte. Veía, por fin, la capital de Sudán que, después de tanto tiempo, era el fin de todos mis deseos. (...) Abandonado mi entusiasmo inicial, me di cuenta de que el espectáculo que tenía ante mis ojos no se correspondía con lo que yo esperaba.» Caillié permaneció en Tombuctú desde el 21 de abril hasta el 4 de mayo de 1828 bajo la protección de Sidi-Abdallahi. El relato de sus viajes, inédito en España, convirtió a René Caillié en un personaje reconocido en su país y en héroe local.