Sevilla viene siendo desde hace años el escenario donde el criminal conocido como el Coleccionista, desarrolla sus macabras acciones. Aun con ciertas y extravagantes formas, la heterogénea sucesión en que los asesinatos se cometen y ciertas actuaciones negligentes han hecho que se tenga constancia de que comparten autoría demasiado tarde. El inspector de policía Modesto Castillo, desde su ingreso en el cuerpo, empieza a recibir enigmáticas notas que con el paso de años y asesinatos, terminará por relacionar con la actuación del Coleccionista. Como consecuencia de ese trato personal que el asesino ha establecido con él, se ve obligado moral y profesionalmente a investigar los asesinatos, solo y de manera clandestina al principio, de modo formal y con la ayuda del comisario Casas después. En la primera parte de la novela, Modesto cuenta la triste verdad de sus indagaciones y su resultado, siendo instado a ampliar su narración a tiempos anteriores por un mudo espectador a quien interpela vanamente. La terrible verdad ocurrida guiará al lector a través de la vida del criminal, su nacimiento, la perpetración de los asesinatos y sus motivaciones, adentrándose en las vidas de las víctimas para descubrir las causas que las sentencian. En la parte final, la perseverancia del comisario Casas descubrirá una oscura verdad con la ayuda de un personaje indispensable para explicar el conjunto de verdades. Toda historia tiene desde diversos puntos de vista que establecen distintas verdades que no tienen necesariamente por qué parecerse, ni resultar ninguna errónea, pues todo juicio se basa en el conocimiento que uno cree tener de las cosas que no siempre es completo ni único. Todas las verdades sobre el coleccionista es un ejemplo de esto: entre lo contado, lo sucedido y lo descubierto existen diferencias, sutiles unas, sustanciales otras, necesarias todas para establecer una única verdad, que resulta ser algo más que la suma de todas.