En 1992, encerrado en un hospital psiquiátrico, Thomas Quick confesó haber asesinado a un muchacho de once años. Durante la siguiente década, Quick afirmó estar detrás de más de treinta crímenes sin resolver que incluían mutilaciones, violaciones y prácticas caníbales.
Hannes Råstam, un valiente periodista, se obsesionó tanto con el caso de Quick que realizó una minuciosa investigación de los expedientes policiales y las pruebas que lo inculpaban. Pero cuando en 2008 se enfrentó a Quick cara a cara, descubrió que la verdad era todavía más terrible: la policía, los abogados y los médicos habían intentado hacer pasar a un enfermo mental por uno de los peores asesinos en serie de la historia.