Uniendo el rigor del jurista con la penetración del filósofo, el autor precisa los caracteres distintivos del combatiente irregular, esto es, de aquel que se sitúa al margen de la «enemistad convencional», con sus guerras domesticadas y circunscritas, para entrar en el ámbito de la «enemistad verdadera». El partisano cobra así, a sus ojos, el rango de un protagonista clave de la historia universal en el contexto del nuevo «nomos de la tierra», para acabar convirtiéndose, con la absolutización del partido y la criminalización del adversario de guerra, en portador de una «enemistad absoluta».