Los hombres o mujeres que portaban estos tatuajes fueron integrados por la ciencia decimonónica en una nueva categoría: el individuo peligroso. Así, eran enviados aquí o allá, a cumplir el servicio militar o a formarse en algún taller elegido por sus padres; o bien eran encerrados en cárceles y asilos, hospitales y reformatorios, colonias penitenciarias y agrícolas. Se les permitió tomar pocas decisiones, pero las que tomaron fueron simbolizadas de forma permanente a través de estos grabados en sus cuerpos. En consecuencia fueron considerados aún más reprobables, pues por entonces tatuarse era, no lo olvidemos, «una costumbre bárbara».
Los tatuajes que se pueden ver en este libro son casi siempre simples, torpes, se parecen poco a los que cualquiera puede hacerse hoy en día. Sin embargo, gozan de un encanto singular y extraordinario. Responden tanto al impulso como a las necesidades del imperio de los sentimientos. Y, ante todo, son la puerta de entrada a unas vidas lejanas y violentas cuyos fragmentos se cosen en estas páginas.