La creación del terror y la perpetración de atrocidades son aspectos de la actividad militante en el mundo desigual en que vivimos, de nuestras ideas en torno a qué es cruel y qué es necesario, y de las emociones con las que justificamos o condenamos determinados actos de inflicción de muerte. No arguyo que las atrocidades terroristas puedan estar a veces justificadas moralmente. Simplemente, estoy convencido de que los estados modernos tienen la capacidad de destruir y desbaratar las vidas humanas con más facilidad y a muchísima mayor escala que nunca, y de que los terroristas no pueden alcanzar esta capacidad. Me preocupa también el ingenio con que tantos políticos, intelectuales y periodistas aportan justificaciones morales a la muerte y la infamación de otros seres humanos. Sobre el terrorismo suicida no pretende ofrecer soluciones a los dilemas morales en torno a la violencia institucionalizada. No defiende en absoluto la aceptación de ciertas clases de crueldad frente a otras. Aspira, más bien, a turbar a los lectores lo suficiente para que puedan distanciarse del complaciente discurso público que ofrece respuestas morales prefabricadas ante el "terrorismo", la "guerra" y los "atentados suicidas".