La presencia de Simone Weil en el panorama filosófico, literario y cultural ha ido en aumento en los últimos años. Su vida y su obra, dotadas de extraordinaria pureza y autenticidad, son objeto de admiración no exenta de crítica. La mayoría de sus lectores manifiestan haberse visto atraídos por un impulso interior que les ha permitido afrontar el riesgo que se corre al acercarse a sus escritos: el riesgo de desmontar todos los planteamientos y poner en cuestión todas las creencias. Pues el contacto con el pensamiento de Simone Weil produce una sacudida que sitúa ante el lugar incierto y peligroso que ella consideraba patrimonio exclusivo de los desheredados, con los que quiso identificarse plenamente en su sed inagotable de verdad. Simone Weil vivió en ese límite de la lucidez y la locura, ya que no quería para sí una cordura al precio de la indiferencia, la mentira y la incoherencia. A su juicio, sólo una santidad genial, absolutamente nueva y vibrante, podría servir aún de revulsivo para transformar un mundo dominado por la fuerza e insensible ante el dolor y la belleza.