Desde el siglo XVIII, ciertos extranjeros y españoles consideran el monasterio de San Lorenzo de El Escorial como un edificio siniestro, monótono, desagradable y hasta defectuoso. Los argumentos en su contra abarcan desde lo artístico hasta lo económico: ¡cómo un país pobre derrochó el oro de que disponía en construir un panteón y un convento!
Ilustrados, librepensadores, materialistas, liberales y otros apóstoles del racionalismo eran incapaces no sólo de descifrar los misterios del mayor edificio de su época, sino de comprender los planes del Felipe II. Tampoco podemos hacerlo nosotros en el siglo XXI. Viajamos al espacio y alteramos el ADN humano, pero ignoramos las claves para entender un palacio-monasterio construido hace 500 años.
No es el caso de Javier Morales, doctor en Historia del Arte y ex subdirector del Museo del Prado, quien explica en El símbolo hecho piedra. El Escorial, un laberinto descifrado los secretos de la que muchos han calificado como octava maravilla del mundo. ¿Por qué los visitantes que se acercan al monasterio no se asombran ante una entrada majestuosa?, ¿por qué el Panteón de los Reyes está escondido en vez de en un lugar accesible?, ¿por qué la entrada a la basílica es un atrio bajo y estrecho?
El sentido de San Lorenzo de El Escorial tiene su explicación en las creencias y la cultura del siglo XVI, inspiradas en Raimundo Lulio. El rey Felipe II, el arquitecto Juan de Herrera, el bibliotecario Benito Arias Montano y el jerónimo Padre Sigüenza compartían unas mismas ideas. Era la época en que los españoles se creían el brazo de Dios en la Tierra, y el Rey quiso levantar en su reino un nuevo Templo como el de Jerusalén.