Argumento de Sherlock Holmes en Buenos Aires
Encuadernación: Rústca
Colección: Narrativa
Sherlock Holmes constituye una de las más populares creaciones de la literatura. Sin olvidar, por supuesto, al Dr. Watson, contracara y alter-ego del investigador. Sabemos que el éxito de estos personajes fue inmediato entre el público que seguía sus aventuras por episodios semanales, a tal punto que, en un momento, llegó a ser exasperante para su autor. Sir Arthur Conan Doyle anhelaba dedicar su tiempo a temas literarios que lo atraían más que su ya insoportable detective. A tanto llegó su aversión por su malhadado invento, que un día, para librarse de una buena vez de su personaje, catapulta a Holmes en los abismos de una catarata, en donde desaparece abrazado al Dr. Moriarty, su eterno enemigo. Recurso inútil, como sabemos. Doyle, como todo escritor, comprobó que las criaturas de ficción toman sus propios caminos, para despecho y sorpresa de quien las crea. Holmes, ante las indignadas y amenazantes protestas del público hubo de ser resucitado por la misma mano que lo había creado y lo había muerto y volvió, con renovados bríos, a las consabidas páginas del periódico. Después, claro, a los libros, al teatro, al cine y a la televisión. Pero hay aquí otra inesperada vuelta de tuerca, ya que, según vemos, ni siquiera la muerte del propio Doyle fue suficiente para terminar con las inagotables peripecias de Holmes y Watson. Según cuenta el autor de este libro, mejor dicho el heredero de unos cuadernos que habrían pertenecido al Dr. Watson, la famosa dupla del detective y su fiel médico-asistente estuvo involucrada en la investigación de un sensacional caso acaecido en estas márgenes del Plata, según estos amarillentos archivos encontrados tantos años después que se publicara el último episodio de Holmes.
Pero, ¿fueron escritos o no por Conan Doyle? Un examen del estilo del célebre escritor escocés nos certifica una más que curiosa semejanza con estas páginas, pero
¿qué importa, al fin y al cabo? Sigamos la recomendación de Espina Rawson; concedamos sus prerrogativas al misterio y entremos a estas páginas con la cortesía y benevolencia que los años no lograron arrebatarnos del todo. Nuestros queridos amigos Sherlock y Watson nos aguardan.0