Natalie había trabajado mucho para conseguir ser independiente y tenía que hacer verdaderos malabarismos para criar sola a sus hijas y preparar magníficos pasteles de boda. Pero esa independencia había hecho que cada vez le resultara más lejana la posibilidad de hacer el pastel para su propia boda. Cooper Sullivan era un triunfador, un hombre competitivo que se encontraba en lo más alto de su carrera. Su nuevo trabajo lo llevó hasta la casa de Natalie y al volver a verla después de tantos años, Cooper se dio cuenta de que lo único que no había conseguido en su vida era lo que más le importaba: el amor de Natalie.