Volé hacia el escritorio [...]. Me senté en el sillón de cuero. Crucé las piernas, las descrucé, las abrí un poco, las cerré, me puse de perfil, de tres cuartos. Buscaba mi mejor ángulo para ofrecer toda mi belleza. Mejor parada, pensé, y corrí hacia una esquina [...]. Pero algo me hizo trastabillar en el camino y estuve a punto de irme de bruces.
¿Puede haber algo más perturbador que enterarnos de los pormenores de la vida sexual, secreta e infiel, fundamentalmente transgresora, de nuestra madre? ¿Y qué significa si eso sucede mientras ella yace en coma, cuando ignoramos el estado exacto de su conciencia? En ese territorio proscrito y desasosegante se sitúa esta vez Romina. Casada pero no serena, leal pero no necesariamente fiel, a partir del hallazgo fortuito de un atado de cartas y una pistola ocultos bajo el suelo, debe afrontar las inquietantes revelaciones que la impulsan a aclarar algunos misterios, incluso sobre sí misma.
En la joven atractiva y aparentemente despreocupada que nos presentó Fortunata Barrios con Romina, su primera novela, han ocurrido algunos cambios. Cómoda en los aspectos gimnásticos de su cuerpo, ahora se interna en las laberínticas raíces del placer, aquellas que trasladan incluso más allá de la enigmática infancia. Se ratifica, eso sí, que la de Secretamente tuya no es una lánguida heroína que oscila, abandonada de sí, entre la sumisión y el desenfreno. Romina es un personaje atípico: no es virginal pero sí pura; reflexiva y también sentimental, aunque un poco neurótica, es, por encima de todo, valiente y honesta.