Platón y Aristóteles ya sabían que la inteligencia o es emocional, en la medida en que concede un lugar a las afecciones, o no es inteligencia. Teniendo el bien como fin, el sabio persigue cierto orden armonioso, que le capacita para llevar una vida noble que lo satisface serenamente y lo llena de placer, lejos de la tiranía de los impulsos que, de otro modo, lo someterían a un vagar indefinido e inconstante. En este marco se inscribe la sabiduría platónica, que sabe calcular los placeres auténticos en vista del conjunto de las fuerzas psíquicas y físicas.