Y en estos tiempos de estrépito y miedo, Henry teme lo peor: un accidente terrible, un ataque terrorista. Más tarde, escuchando la radio y tomando café con su hijo, que vuelve de un concierto y aún no se ha acostado, sabrá que se trata de un aterrizaje forzoso, de un avión de mercancías ruso en dificultades. Y Henry volverá a dormir, y hará el amor con su mujer, y se irá luego a su partida de squash semanal. Pero la visión nocturna no habrá sido sino el presagio de la realidad, de esa realidad azarosa, brutal, ciega, que irrumpirá en la plácida burbuja de su vida tan armoniosa...