Ese instante que puede durar cinco segundos o cuatro años, que puede
llegar revestido de pena o liberación. Esa secuencia en cámara
lenta en la que, caminando por la calle, después de un frío beso en la
mejilla, te das cuenta de que la persona que hasta hace minutos era
parte fundamental de tu vida comienza a ser un extraño.
Hay dejados y dejadores, abandonadas y abandonadoras. Y dentro de cada
grupo, muchas tipologías diferentes. No todos los que dejan son malos y
no todos los abandonados son víctimas. Están los que lloran en
continuado y las que se ríen de la desdicha. Los dejadores seriales, los
políticamente correctos y las bestias peludas. Los que viven el fin de
una relación como una tragedia y los que no pueden evitar ver allí una
oportunidad de oro.