En el nombre del Padre
Y el séptimo día descansó. Dios contemplaba su obra recién estrenada: la tierra, el cielo, los mares, las estrellas, la luz y el hombre, hecho de barro y puesto a secar, para luego darle la bendición de la vida, para que echara a andar por el mundo a su semejante imagen y facultad.
Pero Dios se equivocaba con el hombre. Entre tanta perfección y grandiosidad, se dio cuenta de que su rostro no era normal. Fue en su contemplación minuciosa, donde descubrió por casualidad que había olvidado ponerle la nariz en la cara para que pudiera respirar. Pero es que, además, su rostro resultaba raro con aquella cornisa atravesada por el entrecejo que daba cobijo a sus ojos, sin nada en medio que los separara para que no se miraran entre ellos y se volvieran bizcos en su recíproca contemplación, por lo que decidió ponerle un tabique nasal entre ellos, que tanta belleza da a nuestra cara. ¡No hay mal que por bien venga! Porque con la reparación de la nariz, también se iba a solucionar el feo pandero que suponía el trasero al final de nuestra espalda con los glúteos sin separar. Con esa magistral canaleta que separa las nalgas, después de retirado de allí el barro que para implantar la nariz hacía falta, puso un bello final a nuestro cuerpo y con esto la obra, Dios daba la obra por terminada.
A
Distancias Insalvables.
De Dios al hombre.
Del bien al mal.
De la vida a la muerte.
Y de la mentira a la verdad.