Argumento de Riesgo y Ventura del Duque de Osuna
Antonio Marichalar (1893-1963), marqués de Montesa -aunque en literatura use poco el título- fue un distinguido hombre de letras y excelente crítico, vinculado a la Revista de Occidente y alguien que, desde la tradición, conoció y estuvo en contacto con lo mejor de la literatura occidental de su tiempo. Valgan dos ejemplos: fue el primero en escribir sobre Faulkner en España , en 1932, y era amigo personal de T.S. Eliot. Cuando Ortega ideó la serie Vidas españolas en la que escritores nuevos escribirían biografías de personajes de nuestra historia no muy conocidos, Antonio Marichalar escogió la figura de don Mariano Téllez-Girón y Beaufort, XII Duque de Osuna, entre otros títulos con grandeza, diplomático, hombre de refinado gusto, contaminado de lo que para muchos era la locura dandi que triunfaba en los lugares selectos y también rebeldes de Europa. El resultado fue el libro Riesgo y ventura del Duque de Osuna, publicado por vez primera en 1930 y uno de los textos más bellos de Marichalar, que marcó un hito en el dandismo español. El libro acaba de ser bien reeditado por Visor.
Nacido en Madrid en 1814, muere en su castillo de Beauraing en 1882, tras abandonar la embajada española en Berlín. A España no quiere (o no debe) volver, por tener hipotecados casi todos los bienes de su inmenso patrimonio, que ha dilapidado como un hidalgo de tronío en gestos. Y ya nos explicó Baudelaire lo que era y significaba el gesto de los dandis. En el periódico dirán: falleció en su castillo de Beauraing, con todos los auxilios y consuelos de la Religión, el que en San Petersburgo deslumbró a la corte del Zar con su fausto y su magnificencia. Y así había sido. Para suerte nuestra (quizá no del duque, al que creyó disparatado) don Juan Valera, excelente prosista y hombre culto, era secretario de embajada en San Petersburgo mientras el duque de Osuna fue embajador, y en sus Cartas desde Rusia nos ha dejado espléndidos testimonios de aquel derrochador que lanzaba gestos como guantes amarillos a todos los crepúsculos. Llega tarde a una reunión con el Zar y se sienta sobre la inmensa capa de martas cibelinas que le cubría, cuajada de condecoraciones con diamantes; cuando todo termina y se va, deja la capa. Un ujier se la acerca presuroso al embajador y este contesta para que le oigan: Un Grande de España nunca se lleva la silla en que se ha sentado. Como en Rusia hay príncipes de nobleza, el duque (que fascina al Zar, Alejandro II) saca a relucir sus dos principados: Eboli y Squilache. También cuentan que tira al mar una vajilla de oro para cumplir una apuesta. Amigo de Merimée y de Eugenia de Montijo, los gestos del duque dan brillo a España y arruinan a los Osuna. El libro de Marichalar es excelente y ameno: Lo dijo Baudelaire: El dandismo es el último fulgor del heroismo antes de la decadencia.0