En una iglesia desacralizada, el cuerpo de una joven sin vida es hallado en el altar. El caso es asignado al capitán Alexei Dimitrevich Korolev -que por fin empieza a saborear los beneficios de su éxito en la División de investigación criminal de Moscú-. Tras descubrir que la víctima es una ciudadana norteamericana, el NKVD -la organización más temida en Rusia- decide dirigir las indagaciones. A partir de ese momento, Korolev es seguido bajo un férreo escrutinio. Sabe que cualquier movimiento en falso podría significar su exilio forzoso a las gélidas tierras siberianas, el lugar al que los enemigos de la Unión soviética, tanto reales como imaginados, son desterrados. A pesar de ello, Korolev no cesa en el empeño de descubrir al culpable, entrando en contacto con los cabecillas de los bajos fondos moscovitas. A medida que se suceden otros asesinatos, Korolev siente una creciente presión por parte de sus superiores y se cuestiona en quién puede confiar. Se pregunta quién, en esta Rusia en la que reina el miedo, la incertidumbre y el hambre, se halla detrás de los crímenes. Korolev ve entonces peligrar, no sólo sus ideales morales y políticos, si no también su propia vida.