Encuadernación: rústica.
Colección: Lawrence
Después del ingreso en un psiquiátrico, Gonzalo vuelve a casa. Al principio todo le parece luminoso, amplio. Mira sus libros, su sillón de terciopelo verde, y se acuerda de sus compañeros, a los que echa de menos. Luego, ve al vecino que habla con su reloj de pared. Se tumba en la cama y surgen las palabras de la portera. ¡Ella y su jefe en casa haciendo la maleta que le llevaron al hospital! Intenta dormir, eludiendo imágenes grotescas. Al despertar, ha oscurecido. Entra en la habitación de sus padres, mira sus fotografías, y siente que le piden que les saque de allí. Sufre la «náusea».
La novela alcanza un punto de inflexión cuando Gonzalo vuelve al trabajo y Ángela, una mujer que conoció en el psiquiátrico, se va a vivir con él.
"Mientras leía Relojes muertos, la sensación de inquietud y de congoja no me soltó durante todo el libro que, aunque relativamente corto, 165 páginas, me desasosegó durante su lectura. Conocer las voces que pueblan la cabeza de Gonzalo, sus no-recuerdos, y el aislamiento que le producen según que equívocos hechos -que sólo tienen sentido para él-, de manera obsesiva, eran suficiente para engancharse a esta novela que, aunque singular, me llamaba poderosamente la atención". (Reseña de la web «Abrir un Libro»)