Todo estaba oscuro. Asustada, corría sin parar calle abajo. Las gotas de lluvia me azotaban la cara, y los charcos sobre el asfalto salpicaban mis zapatillas nuevas. Ya no lograba oír aquellas estruendosas pisadas, como si de una manada de elefantes se tratara. Pero no debía parar. No debía mirar atrás. Sabía que era el mayor error que iba a cometer, pero mis estúpidos pies hicieron caso omiso a mi orden y de golpe frené en seco. Atemorizada, giré el cuello sin levantar la vista. Parecía que el mundo se hubiera callado, no se oía ni el más leve silbido del viento y aquella extraña sensación me ponía los pelos de punta