Para quienes aún no la conocen, los versos de Ida Vitale, ajenos a cualquier sentimentalismo o esteticismo retórico, están presididos por la inteligencia y la metáfora iluminadora, por la precisión y la esencialidad. Precisamente su conciencia del poder sugeridor de las palabras y su lucidez crítica la inscriben en la tradición de Mallarmé, de ciertos autores españoles como su admirado Juan Ramón Jiménez, o de la línea que arranca con Montale, poetas, como ella, transparentes y profundos, conceptuales y cautivantes.
Reducción del infinito se organiza en cinco partes no arbitrarias, determinadas por motivos queridos a la autora y por el prodigioso alarde verbal de su poesía. Si la primera entreteje vida, ética y poesía, la segunda reúne ciertas admiraciones, a modo de fe «en este mundo que aún se imagina libre de la Bestia y el Límite». «Breve mesta», la tercera, ofrece variaciones sobre el sinsonte, pájaro de canto singular, posible símbolo. «Solo lunático, desolación legítima» rinde homenaje a Góngora, mientras que la última, «Fieles», recoge en orden cronológico inverso una personal antología de sus últimos libros. En todas ellas prevalece la intensidad diamantina de su estilo, que confiere a los poemas su peculiarísima personalidad.