En un complicado juego entre el ejército y el partido, entre militares y civiles, no exento de roces y percances, Gerhard Heller narra en su diario cómo se integró rápidamente en la vida cultural de la capital parisina. Entre sus recuerdos destacan las relaciones que mantuvo con editores como Gaston Gallimard, Bernard Grasset o Robert Denoël; con personajes singulares del mundo cultural como la millonaria Florence Gould, y con artistas como Picasso o Braque. Pero por encima de todo Heller estuvo en contacto con una serie de escritores tan distintos como Pierre Drieu La Rochelle, Jean Paulhan, Marcel Jouhandeau, François Mauriac, Jacques Chardonne, Paul Léautaud, Jean Cocteau, Abel Bonnard, Louis-Ferdinand Céline, Robert Brasillach, Paul Morand, Pierre Benoit, Ramon Fernandez, Alfred Fabre-Luce, Bernard Groethuysen, André Fraigneau o Jean Giraudoux, e incluso con los militares alemanes más o menos críticos con el nazismo y sobre todo con Hitler, como su muy admirado amigo Ernst Jünger.