En la pequeña comisaría del aeuropuerto El Catey, en la península de Samaná en la República Dominicana, reinaba una gran agitación cuando se supo quién era ese joven, al que todavía le sangraba abundantemente la nariz. Después de dar sus datos y presentar una denuncia contra su agresor, hizo un par de llamadas y, una hora más tarde, aterrizaba un pequeño helicóptero para recogerle.
Una hora después, ya estaba en la mesa de reconocimiento de una prestigiosa clínica de cirugía plástica en Santo Domingo. El mismísimo médico jefe se encargó de examinarle la nariz, que presentaba varias fracturas.
En un instante, prepararon todo lo necesario para la operación y poco después, el paciente ya estaba profundamente dormido bajo los efectos de la anestesia. Unas horas antes, le habían propinado un puñetazo con tal brutalidad que le habían destrozado la simétrica nariz y durante la operación, el equipo de médicos tuvo que retirar diversos fragmentos de hueso.
Dado que no se trataba de ningún desconocido, no fue difícil encontrar un par de fotos suyas y devolverle a la nariz su forma original.
Pocas horas después, se despertó lentamente y pudo oír como las enfermeras, que lo colmaban de atenciones, murmuraban animadamente entre ellas. ?¡Sí, de verdad es él!?