Meditativa y exacta; clara y enemiga de la liviandad; tan respetuosa con la literatura como con la historia, la poesía de Fernando Valverde se abre paso a la vez hacia el oído, el ojo y la conciencia del lector, logrando la ecuación que exigía Paul Valery del buen poema: una mezcla perfecta de sonido y sentido.