¿Todavía es necesario explicar las bondades de la presencia de un puticlub en las cercanías de una población? Bueno, en este caso, que se lo pregunten al párroco del pueblo o al Urelio, las principales criaturas creadas por Fer que ocupan las páginas, y las habitaciones, de un puticlub odiado por unas, controlado por otros y visitado por el resto del pueblo. Mientras haya libido, masculina en este caso, que satisfacer, sea ésta de santos varones o varones santos, este Puticlub mantendrá abiertas sus puertas. Les pese tanto a la Benemérita como a las santas y castas mujeres del pueblo (que no son todas, pero son), Urelio y su amigo el cura, ese medio apóstata al que la Iglesia no consigue meter en vereda, hay aspiraciones biológicas que no mutan con los siglos.