Phinn Hawkins, una chica acostumbrada a llevar barro en las botas y briznas de paja en el pelo, no pensaba dejarse engañar por los encantos y la sonrisa de pecado del millonario Ty Allardyce? que, además, era imposiblemente engreído y antipático. Ty, un financiero londinense de gran éxito, había comprado Honeysuckle, la querida granja de Phinn en la que ella había pasado toda su vida. Creía que Phinn estaba haciendo las maletas, pero ella no pensaba ponérselo fácil.