Estas son las memorias de una infancia muy marcada por una guerra y dilatada en tres infancias: una primera (divertida) de once años anterior a la Guerra Civil, una segunda (temeraria) de tres años que se desarrolla durante la Guerra Civil y una tercera (melancólica) de dos años posterior a la Guerra Civil, todas ellas rebosantes de episodios intensamente humanos y en las que la sangre y los humores, calientes, de los cuerpos corren a borbotones: la de los partos y las reyertas, la del campo de batalla y la de las fosas comunes y la del yugo y las flechas y los primeros palotes nacionalcatólicos: la letra que con sangre entra.
Estas son las memorias de una infancia dura y tierna, de una dulce y ácida promiscuidad, de cuando las ciudades (desde el extrarradio de Valencia hasta las faldas del Montjuïc barcelonés) eran barriadas o vecindarios o casas o puertas siempre abiertas a la calle, convertida en la grande y casi única escuela de la vida. Estas son las memorias de la primera memoria de Francisco Candel, que nos cuenta, con su estilo inimitable, de manera nada vanidosa ni pavera, la primera historia de su vida, la de un hijo de la Guerra Civil. Una mirada atrás sin ira que conserva todo el frescor y la gran verdad sobre la vida que sólo atesoran las almas más auténticas, las de los niños y las de quienes han sabido envejecer con una parte de su infancia a cuestas.