La realidad no halla su sentido en sí misma, ni tiene tampoco en sí la clave para interpretarse. Al contrario, necesita que se le anuncie proféticamente desde fuera, como una gracia, que al ser acogida permite descubrir no solo su interna fecundidad, sino también la unidad y el destino de los elementos dispersos que la integran.
A la luz de la Escritura Santa, el autor se adentra en la creación y en la historia de la mano de los ángeles, compañeros de camino. Y al gustar cada página de los Libros Sagrados como un poema, aprende a mirar la creación y la propia historia con ojos nuevos.