En Burundi para saber qué ocurre durante la noche hay que preguntarle a la noche o a Jordá, que traza una narración tejida con las contradicciones de pensamientos y actos de los protagonistas, retomando en cada párrafo la atención del lector al estar ante un relato vivo en completa evolución, logrando una tarea nada fácil: transformar la situación extraordinaria de la guerra civil de Burundi de los noventa con la lucha entre hutus y tutsis en el telón de fondo donde los protagonistas occidentales se ven superados por las circunstancias mientras que los nativos las asumen como un estado de ánimo sin matices, la vida va bien o va mal, en algunos casos hasta el destino viene determinado por el nombre impuesto al nacer. En el viaje, Gevaert se encontrará con la corrupción de autoridades y ONG, mercados negros, pillaje y lucha por la supervivencia, miedo y traición, y el tono y el ritmo se transformarán conforme el sacerdote se va enfrentando a las verdaderas protagonistas capaces de alterar sus ideas y su destino.
El escritor demuestra una excelente madurez narrativa en la utilización de la disposición de los párrafos y en el uso de los tiempos en los que transcurren las distintas historias que se entrecruzan y van dando forma a la verdadera trama a la par que los personajes van ocupando su sitio; mención especial merecen los trazos de los complejos personajes femeninos, que aparentemente secundarios son los que encaminan al sacerdote hacia su inevitable final. En cuanto al lenguaje utilizado, el toque del poeta que es Eduardo Jordá se nota principalmente en que no existe ningún párrafo prescindible, ni se desea que lo haya, ya que el novelista que ha tratado con la poesía sabe prescindir de lo superfluo no sólo a favor del lenguaje, también de la narración; además, el autor no cae, ni le hace falta, en el fácil truco que suelen utilizar no pocos escritores de la actualidad (algunos incluso creando falsa escuela y ganando ciertos premios de literatura) que consiste en sostener un frágil argumento con fútiles ejercicios de metaliteratura para apuntar los focos hacia lo secundario, algo que debiera ser innecesario para sostener un relato y que sólo sirve para alimentar el ego del autor y de guiño a la supuesta erudición del pretendido público al que va dirigido. Eduardo Jordá, con las palabras adecuadas de quien domina el lenguaje consigue la descarnada historia de quien intenta salvarse por medio de los demás, cuando todo lo que le rodea se convierte en un infierno y deja de creer en las palabras de consuelo en un país donde el mismo término, imana, sirve para designar a Dios o al aza