Dos voces colisionan: una, venida de 2005, de Japón, nos muestra al escritor previo, encantadoramente torturado, que hace de su vida un campo de pruebas de la palabra; la otra nos llega de México, del año 2010, inmersa ya en la impostura de los nombres propios y la fama fugitiva del negocio editorial.
Saldo del choque: una víctima (de sí mismo), todos heridos, poesía y humor; el siniestro total de la literatura.
«Empiezo a escribir, es fácil, escribir es fácil: digan lo que digan, escribir es fácil. Lo difícil es que duela. El personaje habla, lo que dice está bien, pero no es suficiente, entra más dentro de mí, personaje, reviéntame, sigo tecleando, reviéntame, escribo cinco palabras que me hacen llorar, sigo tecleando, sigo llorando, el personaje está por fin diciendo algo que es verdad y yo estoy llorando mientras tecleo y ya sé que nadie nunca me va a enseñar nada de literatura que supere lo que he aprendido hoy, a esas cinco palabras que, cuando termino de escribir, releo y releo para seguir llorando, cinco palabras que son como el código genético de mi vida. Cinco palabras que dicen: Sabes que vas a fracasar.»