«Comenté con mi esposa la posibilidad de invitaros a escuchar estos cuentos frente a la chimenea. Enseguida apeló al principio de realidad del que tan a menudo carezco: "Cariño, tus lectores no nos caben en el salón". Sonreí y acepté su propuesta: "Escríbelos y pídeles que, después de leerlos, se los cuenten a algún amigo, a su novia, a los padres. Que los cuenten". Por mis muertos que os lo agradeceré»