Es la guerra civil peruana. El mejor agente de inteligencia de la provincia se ahoga en un río caudaloso tratando de cruzarlo porque en la otra orilla le espera una sirena con escamas de plata. No es una sirena. Es Miriam, la mujer viento que utiliza su belleza para pescar pescadores enemigos. Es la primera acción de una mujer que en un tiempo muy breve alcanzará el grado de comandante y se convertirá en la pesadilla y blanco principal de los gubernistas. «Acaben con la pastora, y las ovejas se dispersarán sin remedio», es la posición del gobierno, cuya orden es cortar sus tetas como prueba de su fin. El capitán Otorongo, el encargado de seguirle los pasos, termina por enfrentarse a los montículos de piedra y se pregunta: «¿No sería mejor resolver este asunto de la guerra en la cama, el mejor lugar para acabar con las pasiones humanas? Si las guerras son temporales, los odios también lo son»? El agente Mamani, el otro protagonista de la novela, sigue por caminos sinuosos del cuerpo de perro del departamento de Ayacucho buscando información que facilite llegar a Miriam y protegiendo a un estudiante llamado Adalberto. El estudiante investiga las manifestaciones musicales de los pueblos porque los gringos han sugerido usar armas invisibles en la contienda bélica?