Esa segunda parte de su vida es la que narra en Los pícaros y los canallas van al cielo, publicado más de treinta años después de su anterior novela autobiográfica, pero escrito con el mismo poderoso lenguaje. «No hay gas; no hay calefacción; apenas hay comida.» Así comienza esta historia, el «escenario del drama», en el que otras mujeres de rostros crispados, también sin maridos, abofetean a sus niños en busca de alivio. Largas colas para abastecerse, miseria en las miradas, las ruinas de la guerra. Y en medio de todo ello, ¿ha llegado la hora del arrepentimiento, de la expiación?
Una novela hermosa y perturbadora.