Los lectores no parecían dispuestos a leer en una novela aquello que ponían en práctica, permitían o sufrían en su vida cotidiana, desde el natural despertar de la sexualidad hasta el odio racial y de clase, el incesto, el aborto o la corrupción del poder religioso. Claro que esos mismos lectores habían estado esperando Peyton Place sin saberlo. La leyeron millones, algunos incluso a escondidas, mientras muchos países la prohibían y algún bibliotecario colgaba incluso un cartel en el que se leía: «No tenemos ningún ejemplar de Peyton Place. Si queréis este libro id a Salem».
La vida, con perdón, rivaliza aquí con la literatura. El lector honrado, en cualquier caso, deberá admitir que, una vez abierto este libro, no hay manera de cerrarlo. Tal vez porque hay en él menos ficción que realidad. Indecente, quizás. Y fascinante, pues estas cosas suelen ir de la mano. Metalious lo sabía y, aunque un poco tarde, la historia se ha ocupado de colocarla más allá de la provocación, en el lugar que merece como narradora.