La culpa y el pecado estuvieron entre las obsesiones de los hombres y las mujeres del medievo, por lo que buena parte de la representación de su universo conceptual dependía de tal circunstancia. Su influjo dejó huella en aspectos de la realidad tales como la concepción del tiempo, la organización del espacio, los ritos, la valoración del trabajo, las formas de ocio, las relaciones con la divinidad y con la naturaleza, los lazos sociales, lo que debía saberse y lo que debía ignorarse, los criterios de exclusión. Este protagonismo del pecado también estuvo sometido a ciertas tendencias; así, a fines de la Edad Media estas obsesiones pecaminosas se concentraban en la palabra, la sexualidad y el dinero, convirtiéndose en un legado influyente y de larga duración en el Occidente de la modernidad. Bien puede afirmarse que no había asunto que para la mentalidad medieval no tuviera alguna connotación relacionada con el concepto de pecado.
Es esta omnipresencia social y mental del pecado, así como los variados modos que su formalización alcanza en la sociedad medieval, lo que se plasma en este libro desde una amplia variedad de perspectivas, muchas de las cuales podrán parecernos acaso ecos muy lejanos, pero sin que falten algunas que pudieran ser aún muy próximas, a pesar del transcurso del tiempo.