Para el bebé, el baño es un momento de reencuentros con un elemento cálido y envolvente. El pequeño se relaja, se deja flotar, mecido por la voz y las caricias de sus padres: esto le recuerda un pasado uterino muy seguro y tranquilo.
A medida que el bebé crece, el baño representa para él un espacio de aprendizaje en el que ensaya nuevos juegos y ejercita su fuerza, su capacidad de control, su creatividad...
Al mismo tiempo desarrolla su imaginación, comprueba los efectos de sus acciones en el mundo exterior (habrá agua por todas partes si chapotea demasiado fuerte) y sobre los demás (a papá y mamá no les gusta que moje todo el cuarto de baño).
En ese espacio delicioso el bebé también aprende límites (no se debe arrojar la esponja empapada a través del cuarto de baño) y disfruta las risas de sus padres frente a sus nuevos descubrimientos.
El baño es, pues, un momento de intercambios ricos y fructuosos si se tiene el tiempo de vivirlo plenamente.