Así comienza Parar en seco, el último ensayo de William Ospina que, en su tono siempre dotado de humanidad, advierte de las graves consecuencias del cambio climático que, sin lugar a dudas, ya están teniendo lugar.
Para ello, conduce al lector por un viaje que atraviesa los siglos, en el que analiza la evolución de la conciencia humana y la relación del hombre con la naturaleza, a través de la mirada de personajes tan relevantes como Cristo, Buda, Diógenes, Platón o Hölderin.
Pero los poderes del mundo se han ido haciendo cada vez más autónomos, las democracias planetarias, que son el último refugio hasta ahora de la voluntad colectiva, cada vez obran más en función de intereses particulares, y el más particular de esos intereses es el gran rendimiento.
Pero Parar en seco es, sobre todo, un aviso para navegantes.
Un planeta que durante milenios ha sido el escenario más propicio para la vida, para nuestra forma de vida, podría transfigurarse ante nuestros ojos en una morada inhóspita, de sol calcinante, de aire tóxico, de agua impotable, de pieles irritadas, de complicaciones respiratorias, donde los tejidos enloquezcan, los sentidos se alteren y los gérmenes escapen a todo control.