Karl Kraus (Jitschin, Bohemia, 1874-Viena 1936) es una de las piezas fundamentales del gigantesco puzzle que constituye la cultura vienesa en el inicio del siglo XX. Su obra resulta inclasificable dentro de los géneros literarios establecidos: escritor de aforismos, agudo crítico literario y periodístico, autor teatral de una obra irrepresentable (Los últimos días de la humanidad) y excepcional poeta tardío. Desde Die Fackel (La antorcha), diario satírico del que fue editor y prácticamente único autor durante treinta y siete años, Kraus disparó los dardos de su crítica hacia las prácticas corruptas de todos los sectores de la vida pública vienesa. Convertido en juez supremo del imperio habsbúrgico, instituyó el tribunal de la lengua como la única instancia capaz de detener el alegre torbellino apocalíptico que desembocaría en la Primera Guerra Mundial. Entre sus lectores y los asistentes a sus lecturas encontramos muchos de los nombres más significativos del pasado siglo. Sigmund Freud, Ludwig Wittgenstein, Arnold Schönberg, Walter Benjamin o Elias Canetti, por citar sólo algunos ejemplos, sucumbieron al embrujo de esta pequeña y enjuta figura. Su fe en la palabra como espacio generador de pensamiento y su exigencia de rigor lingüístico en los medios de comunicación de masas son las claves de una obra cuya vigencia permanece intacta.
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