Luis Cociña lleva treinta años corrigiendo el mismo puñado de poemas. Un verano, un poema nuevo se agrega; otro pierde unos versos, otro más se transforma en el núcleo de una novela o un video arte. No busca ninguna perfección formal sino evitar cualquier inflación verbal, cualquier mentira conveniente. Cada verso es fruto de toda una experiencia vital e intelectual que intenta justamente resumir y condensar con la mayor transparencia posible. Es el poeta de la transparencia y es el que mejor denuncia sus engaños. Cuenta el mundo desde la luz de las once y media de la mañana en la loggia de una casa cualquiera, o la oficina de un gerente o mejor aún la foto de esa oficina en una revista de moda de los años cincuenta. No quiere contar nada más que el extraño éxtasis que le provoca esa belleza convencional. Evita la tragedia, la comedia, dibuja cruces con lápiz Bic, aunque inevitablemente cierta inquietud temible asome entre los versos. El paisaje precioso está poblado de ratones o de insectos. La muerte no está y está todo el tiempo. En la superficie misma de las cosas Cociña repara como si nada en la trizaduras y quebradas donde todo sin decirse aprende de nuevo a hablar. Cociña, maestro y discípulo de su propia escuela, logra ver por primera vez lo que por sabido ni siquiera se calla. Rafael Gumucio