Su figura resultó, en todo caso, imprescindible para consolidar el cristianismo, puesto que fue contemporáneo de Jesús y, aunque no le conoció ni se interesó por su vida terrenal, sí constituyó un pilar histórico para el nacimiento de la religión cristiana.
Sin embargo, Pablo de Tarso, personaje de la historia, tuvo que ceder la primacía a Simón Pedro, personaje de la memoria, porque Pedro llevó a la Iglesia hasta el corazón occidental del Imperio Romano, mientras que Pablo siempre le recordó su origen oriental, humilde y místico. Lo confirma el reciente descubrimiento de su sepulcro a las afueras de Roma, que permaneció oculto y abandonado durante siglos, mientras que el de Pedro fue creciendo en importancia, notoriedad y riqueza.