En agosto de 1907, el valenciano Vicente Blasco Ibáñez en vísperas por entonces de convertirse en uno de los autores más afamados del orbe comienza un viaje a través del centro de Europa que le llevará hasta Constantinopla, la capital del Imperio Otomano y puerta de Oriente. En la narración de dicho periplo, el celebrado autor de «Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis» o «Sangre y Arena» aúna con insólita pericia la descripción de lo más genuino y pintoresco con la historia pasada de cada lugar al que llega, vaticinando en sus lúcidas observaciones muchos de los cambios que habrían de acontecer poco después, como corolario de la Primera Guerra Mundial. En la primera parte de la obra, «Camino de Oriente», el célebre novelista nos guía desde la ciudad balneario de Vichy hasta Budapest, pasando por Suiza, Alemania y Austria, brindando al lector una certera y vívida descripción de la Europa de comienzos de siglo. La segunda parte nos traslada ya a Constantinopla, que a Blasco, como a tantos otros antes y después de él, le dejará completamente arrobado. En los capítulos dedicados a esta urbe el autor se zambulle por entero en el universo oriental, con sus fulgores y sombras, con su perenne vitalidad y bullicio, sin olvidar su intimismo más recóndito, siempre con la maestría del gran escritor que fue y será ya para siempre.