Shigeru Mizuki, con una acritud desconocida en él, pasa factura a la segunda guerra mundial y, más concretamente, a la práctica del gyokusai (literalmente, atacar hasta morir con dignidad), un eufemismo para evitar decir crudamente lo que era: una ofensiva en la que todos los atacantes debían morir. Hábilmente, y sin caer en la caricatura, Mizuki describe el repugnante desprecio por la vida humana del mando militar nipón. Sin razón válida o sentido estratégico alguno, los jóvenes soldados eran enviados a la muerte con la expresa prohibición de volver vivos bajo pena de ejecución.