«Yo me quedé tanto tiempo empapada, sin paraguas, sin consuelo
que cuando dejó de diluviar me quedé inmóvil. Y continué en
aquel mismo lugar imaginando que seguía cayendo, que me seguía
calando hasta los huesos, cuando ya lo único que quedaba
era un pequeño charco en el que continuar chapoteando. Pero
era tu charco, Mario, y el mío. El nuestro, pensaba yo.»