Los biblistas saben que el tema «buscar-encontrar» es fundamental en la literatura profética, de la que salta a los salmos y a los libros sapienciales, para reaparecer en el Nuevo Testamento. Porque para el hombre es algo vital buscar a Dios y encontrarlo. Dios mismo se hace encontradizo para la persona humana. Si se esconde, es por puro recurso de su misericordia. Así provoca la conversión del corazón. Por eso el poema de amor titulado Cantar de los Cantares rezuma en su realidad teológica la significación religiosa más elevada.
Desde Orígenes, pasando por San Gregorio Magno hasta los monjes de la Edad Media más tardía, se ha considerado este Cantar como un texto contemplativo. Porque su lenguaje ardiente es un diálogo admirativo y desinteresado que no preceptúa nada ni da consejo alguno. Por eso es el libro más acomodado para expresar líricamente la desesperanza, la añoranza y el arrebato del alma que sólo busca ardientemente a Dios. Desde esta perspectiva aborda Bernardo de Claraval estos comentarios.
El Santo considera estos textos bíblicos como un diálogo sagrado y contemplativo, compuesto por arte del Espíritu Santo, cuyo análisis gratifica profundamente, del que nada se puede desperdiciar, abierto para los espíritus pacificados, con su señal de paz que es el beso. Texto que canta las glorias de Cristo y de la Iglesia, el don del amor di-vino y los misterios de las bodas eternas, los anhelos del alma santa, en versos de carácter simbólico, como poema nupcial, bajo el magisterio de la unción y de la experiencia admirativa, como cascada de gozos y armonía de amores, por la unidad de vida y el afecto de la mutua identificación, de la que nace el amor casto y consumado, el conocimiento pleno, la visión inmediata, la unión inquebrantable, la semejanza perfecta, la alianza invisible, la conversión al Verbo, para ser reformada por él y conformarse a él.
Y siempre lo comenta a caballo de una exégesis de sabor medieval y en contextos monásticos, cristianos, saltan-do del sentido espiritual, místico y simbólico hasta el sentido moral concreto de la vida.